08
Ene
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Diálogo judeo-cristiano

EL DIALOGO JUDEO-CRISTIANO: Reflexiones Personales
por Lic. Rafael (Rufo) Winter
Delante mío, una Biblia en español. Es la que el Pastor Guillermo Milovan (Q.E.P.D.) le obsequió a mi padre, el Rabino Fritz Winter (Z”L). Al abrirla, una dedicatoria: “A mi gran amigo, el Rabino Dr. Fritz Winter con los mejores deseos y en espíritu de Confraternidad Judeo-Cristiana”. Pastor Guillermo Milovan – Montevideo, 3/X/79.
La época de las festividades de fin de año, tradicionales para la comunidad cristiana- y en alguna de ellas, el 31 de diciembre, también nos “adherimos” de alguna manera – es una buena ocasión para reflexionar sobre muchos temas, como por ejemplo, el dialogo judeo-cristiano. Quien esto escribe integra, por tradición familiar y por convicción, la Confraternidad Judeo-Cristiana del Uruguay (aunque no con el activismo y la constancia que quisiera), institución de la que me honro en formar parte. Rectora, desde hace mas de 50 años, del dialogo judeo-cristiano en el Uruguay. Las reflexiones que haré a continuación son, no obstante, a título personal y solamente comprometen a quien esto escribe.
Paradójicamente, ha sido en las religiones monoteístas – en las cuales los valores éticos se subrayan permanentemente – donde la intolerancia muchas veces ha sido mayor. El hecho, legítimo sin duda, de creer en el propio Dios, en la propia religión, trajo muchas veces como resultado el deseo – ilegítimo – de querer imponer dicha creencia al otro, sin reparar en los medios, con las consabidas consecuencias. “En nombre de Dios” se han eliminado a lo largo de la historia millones de personas de distintas religiones. También dentro de una misma religión. Destrucción, matanzas, masacres. Porque “Dios lo quiere”…¿Dios lo quiere realmente? ¿Matar en su nombre? A Dios rogando y con el mazo dando… El uso indebido que se ha hecho de Dios históricamente” – en aras de la fe” – ha sido, y aún es, contraproducente y nefasto.
Para mejor construir el presente, hay que mirar retrospectivamente hacia el pasado. Aprender de él para que no se vuelva a repetir. Ningún cristiano que conozca las fuentes y la historia se ofenderá si reafirmamos – también en este contexto – que el antisemitismo tiene, aunque no solo, raíces cristianas. Que “la enseñanza del desprecio” como la denominó Jules Isaac, trajo terribles consecuencias, Shoah incluida, que aún perduran. Y es tristemente cierto que en nombre de un judío, Jesús, su propio pueblo ha sido víctima de terribles atrocidades de generación en generación durante casi dos mil años.
Debemos mirar hacia atrás y hacia adentro. Eso nos incluye a todos. Reveer, actualizar algunas de nuestras fuentes, modificar si fuera posible, y en algunos casos habría que ir más lejos. Como así también, deberíamos cambiar en ciertos aspectos nuestra relación con el mundo gentil, la que ha sido – evidentemente – condicionada por la desconfianza y el antisemitismo. Lo mismo, obviamente, es válido a la inversa.
En los años sesenta del siglo pasado, debido – entre otros – a enormes personalidades como el Papa Juan XXIII, se convocó el Concilio Vaticano II el cual modernizó en muchos aspectos a la Iglesia. Seguramente con la Shoah como telón de fondo, el Concilio aprobó la conocida Encíclica “Nostra Aetate” la cual en lo relativo a las relaciones del cristianismo con el judaísmo significó un cambio para mejor, un paso más que importante en la dirección correcta. Dos mil años de desencuentros no se borran de un plumazo pero el panorama, lentamente, empezó a cambiar. Las relaciones judeo-cristianas comenzaron a manifestarse sobre bases distintas. Vaticano II y “Nostra Aetate” significaron un mojón, un punto de inflexión en la historia de dichas relaciones.
Veinte o veinticinco años después el Papa Juan Pablo II continuó por ese camino. Visita (por primera vez en la historia del Papado) a una Sinagoga: la de Roma. Se establecen relaciones diplomáticas entre el Vaticano e Israel. Visita a Israel. Declaraciones sobre la Shoah. ¿Hay cosas que faltaron? Probablemente. Pero es importante ver no sólo la parte aún vacía sino la parte llena del vaso. Es cierto, queda bastante camino por recorrer. Pero se hace camino al andar. Y andar es responsabilidad de todos.
Por otra parte, también me pregunto: ¿hasta dónde estos cambios tan trascendentes y significativos son conocidos y apreciados por las jerarquías y líderes espirituales y por sobre todo, por el hombre común? De la religión que sea. Para que “Nostra Aetate” no permanezca sólo en el papel…
El Diálogo es fundamental. Para comenzar a solucionar cualquier conflicto en general. Y en las relaciones judeo-cristianas en particular. Para que el mismo sea efectivo, debemos tener en cuenta algunas consideraciones, a mi juicio esenciales, como ser: mente abierta, flexible; conocer a la otra parte, sus fuentes, cómo y qué piensa, comprenderla, vincularse a la misma no como “ajena” sino como “tú”; no intentar imponer nuestros puntos de vista; no intentar convencer por ningún medio; no considerar que se tiene la razón y que por lo tanto, el otro estaría equivocado. Tener autocrítica. Tener sensibilidad. Tomar en consideración los sentimientos del interlocutor.
Esto sigue teniendo comprensible vigencia en cuanto a la liturgia y en cuanto a personalidades, cuestionadas hasta tanto la historia no dé su veredicto definitivo.
Seguramente es importante “defender” tu religión. Defender tu verdad. Sí. Pero sin considerar que es LA verdad (¿existe acaso?), sin creerte dueño de la misma. Respetando la verdad del otro (en la medida en que no haya agravios, ofensas ni prejuicios) que es tan respetable como la tuya propia.
Todo lo antedicho no significa de ninguna manera, renunciar a la propia identidad, a lo que uno es. Para llevar adelante este dialogo debo ser muy conciente de mis raíces, de mi identidad, de quién soy. Debo ser yo también en el dialogo. Debo ser yo mismo. Y al mismo tiempo que reconozco las diferencias, debo también buscar lo que nos une, lo que ambos tenemos en común. Que debería ser más, es más, de lo que nos separa.
Es fundamental además, en un diálogo auténtico y genuino el esfuerzo de ambas partes por igual. Y si hay previsibles marchas y contramarchas, ningún obstáculo debe poner freno, ni siquiera interrumpir el tan necesario diálogo, lo cual considero válido para cualquier circunstancia.
La religión – bien entendida – tiene lo qué aportar para el Tikun Olam, el mejoramiento del mundo. Las religiones deberían – deben – servir para aproximar a los seres humanos, los unos a los otros. Mucho más.
El diálogo debe ser abierto a todas las religiones en general. Pero el específico diálogo judeo-cristiano deberá seguir siendo cultivado en particular. Mirando hacia el pasado para construir el presente y mejorar el futuro, es aún mucho lo que podemos y debemos hacer.
Lic. Rafael (Rufo) Winter

1 Respuesta to “Diálogo judeo-cristiano”


  1. 1 cesarcustodio
    11/01/2010 a las 5:55 PM

    Que excelente articulo, yo profeso la religion cristiano evangelica y creo que su deseo de «conciliacion» es bien recibido en muchas personas, creo que tanto judios, cristianos catolicos y cristianos evangelicos tenemos una misma raiz la cual lejos de dividirnos tendria que llevarnos a muchos puntos en comun. Me gustaria reproducir su articulo en mi blog http://www.proyectoaltar.com en el cual entre muchas cosas pretendo ayudar a la llevar ese mensaje de «conciliacion». Saludos.


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